Sorprendentemente, cada cuadro es siempre una incógnita hasta el momento de su finalización. De este modo, la motivación y el incentivo que me mueven es el propio proceso de descubrimiento en cada pincelada. Los retratos se caracterizan por una impulsividad sin aparente reflexión consciente, y revelan un estilo que surge de la dinámica del momento.

Cada cuadro es una búsqueda constante para captar las huellas esenciales e imprevistas de la realidad percibida, que, aunque aparentemente invisibles, están siempre presentes. De hecho, el reto de conquistar la realidad inmediata de forma impulsiva y espontánea permite al observador sentir de forma palpable el movimiento incrustado.

La pintura se desarrolla sin ser planificada ni cultivada y sin cuidados especiales, surgiendo por sí misma. En este sentido, la composición y los contornos de color no se provocan, sino que se descubren. Al redefinir así los valores fundamentales y buscar un alto grado de flexibilidad para hacer frente a circunstancias imprevistas.